
¿Qué hace un poeta en un mundo desencantado? Esa pregunta está implícita en todos los poemas de Mueca de provincia. No es una pregunta metafísica sino física. Mundo significa en este caso un pueblo del interior, tan expuesto al cielo y a las estrellas como cualquier otro lugar de la galaxia. La respuesta, intermitente, fragmentaria, que ofrece Pablo Giordano es exponer la intimidad de ese desencanto, escribir su biografía, asumirlo irónicamente como una identidad o como un destino que se acepta y se rechaza a la vez. La mueca es un signo ambiguo que se expande por todo el espectro emocional que va desde la resignación a la indignación. Pero el hecho de que elija el endecasílabo como medida dominante de sus versos indica un artificio: Giordano no se limita a expresar sus sentimientos o a contar sus recuerdos, compone con ellos una serie de escenas (algunas inolvidables, como “La sombra te mata”, “El color de la sangre” o “Paula”) en las que el tiempo y el espacio (ese espacio visto desde los techos) parecen formar un remolino, demorarse, girar sobre sí mismos sin detenerse nunca, porque necesitan decir algo más, no se sabe muy bien qué ni por qué, y se comportan como esas fotos que vistas muchos años después ya no muestran solo la imagen original sino también lo que no sabían del futuro y que ahora, inevitablemente, saben: “Y tendré un corazón gris para siempre/ sin explicación ni acostumbramiento”.