
El pueblo del interior provincial tiene sus particularidades. Tiene un ambiente y un ritmo que es distinto al de la ciudad, claramente. Se trata de una cadencia que se palpa en sus personajes y en sus calles (indistintamente de si son de tierra o no) llena de símbolos inequívocos que emparenta unos pueblos con otros: Los modos de hablar, las polvaredas, los canes callejeros, los animales de campo, entre otras marcas propias de estos lugares. Se podría decir que hay una “mueca” que los distingue, siguiendo el título del libro de Pablo Giordano. Una mueca que es similar a otras pero a la vez anida en la particularidad de quien la vive a diario o la ha vivido y emigró a otros lares y se puede palpar en versos como este: “Las estrellas recién llegan, lo saben: / silente trepará Paula a mi techo / y, sentada a mi lado sobre el tanque, / comentará lo extraño, lo inquietante / de sentirnos así, no sé… tan vivos”.
Pero no se trata solo de un relato poético de un paisaje, cada poema es una escena sacada de la memoria para armar una biografía personal que se inscribe en ese marco de pueblo. Momentos cristalizados en versos que exponen una experiencia de vida sin caer en añoranzas. Es el propio cuerpo atravesado por esas reminiscencias que le son propias, que son parte de su propia identidad expuesta ahí, en el texto, como una mueca.